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El Poder y Autoridad

Por: Henri Hude * | Publicado: Viernes 19 de febrero de 2016 a las 04:00 hrs.
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Poder es poder actuar, ser una causa, tener energía, producir efectos: eso es en sí mismo excelente. Además, sólo un poder puede oponerse a un poder. Para reprimir un poder corrupto y despojar a los corrompidos de su poder, para hacer que lo restituyan, se requiere poder. Para actuar y crear, se requiere poder. Así, criticar a priori el poder como tal es hacer un elogio de la impotencia o soñar con un mundo imaginario o incluso ser candidato al poder denigrando a quienes lo ejercen.

Un ciudadano responsable ejerce ciertos poderes y está dispuesto a ejercer otros, en rigor en conciencia y sin vana culpabilidad, en el nivel de responsabilidad en el cual se encuentre situado.

El poder que se tiene en el seno de una sociedad no es puramente una fuerza física, sino una fuerza moral, ya que supone hombres asociados viviendo en sociedad, pensantes, organizados y jerarquizados. Quienes ejercen el poder gozan de la confianza de los demás o al menos obtienen provecho de su obediencia. Precisamente la confianza y el reconocimiento, así como el miedo, constituyen la realidad de su poder y lo hacen realmente existir.

Quien ejerce el poder nada puede hacer con el mismo, incluso encontrándose instalado en su función, si no goza de una autoridad. Esa autoridad es producto de su legitimidad. En cuanto a su legitimidad, ésta proviene para él del respeto por la legalidad (así como por las tradiciones y por el espíritu de las leyes), tanto en su toma de posesión como en el ejercicio de sus funciones; también proviene de las capacidades y virtudes que lo hacen digno de ejercer semejantes poderes; proviene por último, a veces, de un “no sé qué” exaltante, que suele llamarse “carisma”.

La autoridad también proviene del sentido de solidaridad, cuando el ciudadano percibe que gracias a su líder (o sus líderes) la sociedad constituye un cuerpo en la forma que le conviene hacerlo, y que en torno a él (o ellos) este cuerpo cuenta con toda la seguridad, libertad, vida e irradiación de que puede y debe estar dotado. El dinamismo colectivo es entonces evidente y se despliega, y el jefe sólo debe vigilar, regular y alentar este dinamismo, proporcionando su estímulo, su ayuda y un reconocimiento público a las iniciativas que no cesan de surgir en el cuerpo social. Semejante poder es profundamente reconocido como legítimo, porque es subsidiario, porque proporciona ayuda (subsidium) para toda creatividad social. Ya no es una superestructura onerosa y alienante. Está en servicio.

El poder proviene de la organización de los humanos; a la inversa, esta organización no se produce sino en torno al poder. La comunidad suscita al líder y el líder convoca a la comunidad. Saber quién está primero sin duda no es una interrogante teórica, sino más bien histórica. En la Historia, unas veces tiene lugar más bien la primera fórmula y otras veces la segunda, y en ambos casos puede ser (o no) para bien.

Por lo tanto, un responsable debe al mismo tiempo respetar la comunidad en la cual preside y utilizar el poder como un bien delegado, pero también saber que la comunidad se disuelve si no la gobierna y utilizar el poder como una fuerza creadora.

Poder es poder algo. De lo contrario un poder no es sino un puesto, impotente o paralizado. La idea de poder sólo adquiere precisión si se pregunta: “¿Poder qué? ¿Poder hacer qué?”.

El poder político -o poder civil- es en el seno de la sociedad el órgano cuya función consiste en hacer la ley impuesta a los ciudadanos como tales y hacer que se aplique. Análogamente esto tiene validez en toda comunidad donde un poder dicta reglamentos que en su nivel tienen fuerza de ley, y promueve acciones de interés común.

La definición mediante la ley resulta ser demasiado formal. La ley diseña siempre, en forma esquemática, cierta forma de vida. Cada uno desea que se trate de una vida buena, de una vida positiva.

Así, el poder no sólo debe elaborar leyes para la comunidad, sino también algo útil y beneficioso, de lo cual forma parte la legislación; debe por lo tanto ocuparse de los bienes de la comunidad, de servir a la comunidad administrando sus bienes comunes: en una palabra, de servir el bien común. En eso consiste su función.

¿Cómo servir el bien común? Tomando todas las decisiones, generales o especiales, y guiando todas las acciones susceptibles de mantener e incrementar el bien común, procediendo cada uno en su nivel y en conformidad con los poderes que ejerce. Todas las leyes deben de este modo determinar modalidades del bien común.

Si el poder no está al servicio del bien común, está al servicio de un interés particular. La alternativa es rigurosa. Las formas de gobierno pueden ser distintas según las épocas, los lugares y los pueblos, pero lo que no podría cambiar es que un gobierno injusto sea aquel que gobierna en primer lugar por su propio interés o sólo por el bien de parte de la sociedad y no de la totalidad. Eso también puede producirse en democracia cuando la mayoría política comete injusticias, utiliza el poder únicamente en beneficio propio y abusa al máximo de los demás. Las mejores instituciones nunca sustituirán a la conciencia.

Servir o servirse: hay que elegir. El poder sólo es justo cuando sirve. Evidentemente, todo servicio merece un salario, pero en general no es indispensable recordar esto. A menudo, los grandes ciudadanos han preferido ser retribuidos con honores. Cuando el poder, en vez de servir, se sirve a sí mismo, es despreciado y provoca malestar.

 

El poder como obediencia

 

Por ROMANO GUARDINI
*Filósofo y teólogo italo-germano (1885-1968)

El hecho de que el hombre tenga un poder y en su ejercicio experimente especial satisfacción no constituye un aspecto excepcional de la existencia, pero está o al menos puede estar vinculado con sus actividades o con sus condiciones habituales, incluso aquellas que a primera vista no parecen tener relación alguna con el carácter del poder.


Evidentemente, todo acto del proceder o del hacer, del poseer o del gozar genera una conciencia inmediata de disponer de un poder. Se puede decir lo mismo de todos los actos vitales. Toda actividad en la cual se explique la inmediatez vital es ejercicio del poder y como tal es advertida... Podría decirse algo análogo del ejercicio del conocer. En sí mismo significa la capacidad de penetrar con la mirada y el intelecto en aquello que es; pero quien conoce experimenta la fuerza que del conocer obtiene. Siente el "tomar conciencia de la verdad" y esto puede transformarse en un sentir "ser dueño de la verdad". (...)

A IMAGEN DE DIOS
Para un conocimiento más profundo del poder, es importante lo que dice la Revelación sobre su naturaleza. Encontramos los supuestos básicos del mismo ya al comienzo del Nuevo Testamento, donde se habla de lo esencial del destino del hombre. Después del relato de la creación del mundo, se lee en el primer capítulo del Génesis:

Dijo Dios: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra; que mande en los peces del mar y en las aves del cielo, en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todos los reptiles que reptan por la tierra". Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó. Después los bendijo Dios con estas palabras: "Sed fecundos y multiplicaos, henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra" (Gn 1, 26-28).

Y en la segunda narración de la creación se lee:
Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente (Gn 2, 7).

Para empezar, entonces, se dice que la naturaleza del hombre es distinta en comparación con los demás seres vivientes. Es creado como todo ser viviente, pero de manera especial, y precisamente a imagen de Dios. Está hecho de tierra, de la tierra donde crece el alimento del hombre, pero en él vive un soplo del aliento divino. Por este motivo, está inserto en el complejo de la naturaleza, pero al mismo tiempo se encuentra en una relación inmediata con Dios y por lo tanto puede adoptar una posición ante la naturaleza. Puede ejercer su imperio sobre ésta, y -más aún- debe hacerlo, así como debe ser fecundo para hacer de la tierra la habitación de su descendencia.


La relación del hombre con el mundo se desarrolla luego en el segundo capítulo y precisamente desde el punto de vista que ya hemos señalado, es decir, que el hombre debe llegar a ser dueño no sólo de la naturaleza, sino también de sí mismo; debe tener fuerza no sólo para el trabajo, sino también para la propagación de su propia vida:

Se dijo luego Yahvé Dios: "No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada". Y Yahvé Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada (Gn 2, 18-20).

Así, el hombre reconoció ser esencialmente distinto al animal, y por lo tanto no tener carácter común su vida con la del mismo ni poder propagar por medio de éste su propia vida (...).

UN EJERCICIO ESENCIAL
Estos textos, que se repiten en todo el Antiguo y el Nuevo Testamento, dicen que al hombre se le ha dado poder tanto sobre la naturaleza como sobre su propia vida. Y también dicen que de este poder nace una autorización y un deber: ejercer un dominio.


En este don de poder, en la capacidad de usarlo y en el consiguiente imperio consiste la natural semejanza del hombre con Dios. Aquí se expresa la distinción esencial y la plenitud de valor de la existencia humana, y ésta es la respuesta de la Escritura a la interrogante sobre el origen de ese carácter ontológico del poder sobre el cual hemos hablado antes. El hombre no puede ser hombre y junto con eso ejercer un poder o no hacerlo; para él es esencial ejercer ese poder. A eso lo ha destinado el Autor de su existencia. Y hacemos bien en recordar que en el protagonista del progreso moderno, incluso en el protagonista de ese desarrollo de poder humano que trae consigo el progreso, y precisamente en el burgués, se produce una fatal inclinación: ejercer el poder de manera cada vez más fundamental, científica y técnicamente perfecta, y al mismo tiempo no asumir abiertamente su defensa, procurando en cambio encubrirlo bajo los pretextos de la utilidad, del bienestar, del progreso, etc. Por lo tanto, el hombre ha ejercido una potencia sin desarrollar la ética correspondiente. Ha nacido así un uso de la fuerza que no está regido esencialmente por la ética y que encuentra su expresión más genuina en la sociedad anónima.


Sólo cuando se reconocen estos hechos, el fenómeno del poder adquiere todo su peso: su grandeza y su seriedad, esa seriedad que reside en la responsabilidad. Si el poder humano, con la potencia proveniente del mismo, tiene su raíz en la semejanza con Dios, éste no es un derecho autónomo del hombre, sino algo que se le ha prestado. Por gracia es señor, y debe ejercer su señoría haciéndose responsable de la misma ante Aquel que es Señor por esencia. El poder se vuelve entonces obediencia y servicio. (...)

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